Aunque no existe consenso sobre su periodización, suele considerarse la muerte de Francisco Franco (20 de noviembre de 1975), si no el comienzo, sí bisagra de la llamada Transición española. Esta fue el proceso llamado a establecer un régimen democrático en España, de negociación colectiva pero asimétrica, en el que la movilización ciudadana consiguió alcanzar una serie de transformaciones sociales y políticas pese a la política reformista de los sucesivos Gobiernos. Recientes investigaciones han señalado que se trató de un período convulso, marcado por la protección a quienes habían pertenecido al régimen franquista y por la continuidad de la represión, la censura y otras formas de violencia desde diferentes sectores que causó cientos de muertes.

En el proceso de la Transición española, diferentes agentes de la vida política que habían permanecido activos en la clandestinidad o en el exilio durante la Dictadura entraron en la oficialidad junto a los vestigios del Régimen, que se mantendrían en los años siguientes en el poder, esta vez en forma de partidos políticos, como fue Unión de Centro Democrático (UCD), Alianza Popular (AP) y Fuerza Nueva (FN). Movilizaciones sociales sobre cuestiones como las autonomías, peticiones de amnistía, de la legalización del aborto y de las organizaciones sindicales, o de los derechos de los homosexuales, que exigían la derogación de la Ley de Peligrosidad y la Ley de Vagos y Maleantes, por nombrar solo varias cuestiones, se sucedieron en esos años y alcanzaron los logros más importantes de la Transición.

Tras la muerte de Francisco Franco, siendo rey Juan Carlos I (como sucesor nombrado por Franco en 1969), Carlos Arias Navarro fue nombrado presidente del Gobierno, figura continuista del régimen franquista durante cuya presidencia tuvo lugar el asesinato de cinco trabajadores en Vitoria en 1976, entre otros, y la ejecución de las últimas condenas a muerte firmadas por Franco. Tras su dimisión forzosa, se eligió para el cargo a Adolfo Suárez, procedente del círculo falangista. Bajo su mandato se llevaron a cabo reformas para adaptar la legislación a la nueva forma de Estado –como la Ley para la Reforma Política (1976-1977), que permitió la legalización de partidos como el Partido Comunista de España (PCE)–, se firmaron los Pactos de la Moncloa y se promulgó la Ley del divorcio (1981). Sin embargo, la Transición que se gestó en el ámbito político aseguraba la impunidad y la no revisión de los crímenes de la Guerra Civil y el franquismo, especialmente a través de la Ley de Amnistía (1977), que no se refería únicamente a los presos políticos de la Dictadura, sino también a los crímenes cometidos por el Régimen. En 1978, durante la primera legislatura de Suárez, se votó la Constitución en referéndum, que estableció la monarquía parlamentaria como forma de Estado.

Con respecto a las políticas culturales, el Ministerio de Cultura se creó en 1977, sustituyendo al de Información y Turismo. Javier Tusell, que fue director general de Bellas Artes entre 1979 y 1981, se encargó de la gestión de la exposición Pintura española del siglo XX que tuvo lugar en México en 1978, y fue el responsable del que se ha considerado el mayor hito cultural de esos años: el traslado de Guernica a Madrid. Su “regreso” a España, como también la exposición mexicana, se presentó como un símbolo de la reconciliación nacional y de la reinstauración de la democracia, y se convirtió en un gesto clave en la política cultural de la Transición. La intervención de Adolfo Suárez en las negociaciones con los herederos demuestra que se trató de un verdadero asunto de Estado. No obstante, el proceso también revela algunas de las contradicciones de la Transición. La más visible era tal vez la vitrina acorazada que lo protegía y la presencia de la Guardia Civil en el Salón de Baile del Casón del Buen Retiro, que evidenciaba la tensión política todavía existente en el país, con el reciente golpe de Estado del 23 de febrero de 1981 y los atentados de extrema derecha y extrema izquierda que se venían cometiendo desde el comienzo de la Transición. Javier Tusell sentenció que la presencia de Guernica en España suponía “el fin de la Transición”.

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