En el otoño de 1936 el Gobierno de la Segunda República consideró fundamental participar en la Exposición Internacional de París, pese a la dramática guerra que estaba destruyendo España, con el fin de confirmar el proyecto político de la República y su voluntad de trabajar por el progreso de la nación. El pabellón supuso el escaparate internacional de la política cultural de la República y una eficaz máquina de propaganda. En él, el Guernica de Picasso, instalado en uno de los muros de cierre de la planta baja, fue reconocido como el grito de dolor del pueblo español.

El pabellón, como dispositivo de exposición y propaganda, resultó de la labor conjunta de al menos tres agentes: el comisario general –primero Carlos Batlle de la Barella, a quien le sucedió José Gaos–; el director general de Bellas Artes, Josep Renau, que ideó todo el programa de propaganda y cuyos fotomontajes fueron la piel del edificio y las arterias del recorrido del mismo; y los arquitectos Luis Lacasa y Josep Lluís Sert, quienes concibieron un edificio de estructura moderna: la sencillez de líneas, el empleo de materiales modestos y su escala hicieron de este edificio un pabellón eminentemente antimonumental. Su carácter funcional residía en la disposición de espacios libres para su ocupación expositiva y en las soluciones de circulación vertical y horizontal.

Aun pensado como una unidad de propaganda, se podía dividir su contenido en tres grupos: programa de fotomontajes; encargos específicos a artistas de reconocido prestigio y afines a la República, cuyas obras tomaron la guerra –explícita o implícitamente– como tema e iconografía principales; y folclore y tradiciones populares. Este último grupo se extendía hasta el escenario levantado en el patio, donde actuaron músicos, grupos de danza y coros regionales, además de proyectarse películas y documentales, como Espagne 1936 de Luis Buñuel. El pabellón también rindió homenaje a escritores y artistas muertos por la defensa de la nación y la libertad, como Federico García Lorca, Emiliano Barral y Francisco Pérez Mateo.

Los fotomontajes de Renau constituyeron la mayor expresión del uso de la fotografía al servicio de un programa político y de propaganda español. En ellos abordó sintética y eficazmente distintos asuntos primordiales para la República: las reformas educativas, la organización del ejército, la singularidad de España a través de sus trajes regionales, las industrias pesadas y del campo, las Misiones Pedagógicas, la defensa del patrimonio artístico, así como la prensa y su papel en tiempos de guerra. No obstante, el Guernica de Picasso, la Fuente de mercurio (que incluía, en la parte superior, el texto “Almaden” escrito en alambre de cobre) de Alexander Calder –una de las pocas presencias internacionales en el pabellón– y El payés catalán en rebeldía de Joan Miró –pintado sobre paneles, ubicado en la caja de la escalera interior y del que solo quedan registros fotográficos– se erigieron en las más poderosas imágenes de la violencia y la rabia contra el fascismo.