Clave museística

Guernica dejó una fuerte impronta en todos aquellos que lo vieron desde su primera presentación pública, fuera en el pabellón español de la Exposición Internacional de París de 1937 o reproducido en sus publicaciones oficiales, en las postales editadas o en la prensa gráfica del momento.

El cuadro no solamente fue reconocido como la imagen de mayor síntesis y dramatismo del conflicto bélico que sufría España, sino que era la última y excepcional obra del artista más importante del panorama internacional. La posibilidad de exponer el cuadro en las salas de cualquier museo o institución ponía de relieve la capacidad de gestión de dicha institución y le otorgaba prestigio.

El valor simbólico y político no puede quedar disociado del valor artístico y de la incidencia de Guernica en las prácticas artísticas y en el relato de la historia del arte del siglo XX que, mayoritariamente, se ha trazado desde los museos. En este sentido, cabe recordar que el cuadro fue el último estadio de la exposición antológica Picasso: Forty Years of His Art que el Museum of Modern Art (MoMA) de Nueva York organizó en 1939. Ahí Guernica se erigía en la obra que marcaba el final del proyecto de las vanguardias europeas.

Alfred H. Barr Jr., director del MoMA, tuvo conocimiento de la gran pintura de Picasso gracias, entre otros medios, a la postal de Guernica que le enviaron desde París en septiembre de 1937.

Postal

Guernica en Nueva York

El estallido de la Segunda Guerra Mundial hizo que el cuadro, que se encontraba en Estados Unidos desde mayo de 1939, quedara en depósito en el museo neoyorquino por decisión del artista. A partir de ese momento, y hasta septiembre de 1981 –cuando Guernica y sus obras asociadas fueron entregadas al Gobierno de España–, el MoMA celebraba periódicamente al artista con muestras y publicaciones e incorporaba el cuadro a sus exposiciones temporales, donde ocupaba un lugar privilegiado, beneficiándose el museo de ese papel de custodio de la reconocida obra fundamental del siglo.

Conflictos e inestabilidad

Sin olvidar que Guernica pertenecía a Picasso, muchas fueron las instituciones internacionales que querían mostrar el cuadro en sus sedes y que debieron solicitar su préstamo al artista. A veces aconsejado por el MoMA en lo que respecta a su estado de conservación, Picasso decidía, por voluntad o interés, que se viera en unas ciudades y unos contextos y no en otros, como el episodio de Caracas en 1948, donde desde el primer momento el artista se opuso a su préstamo para una exposición a él dedicada, decisión probablemente relacionado con el clima político que entonces se vivía en Venezuela y que desembocó en un golpe de Estado ese año. A este respecto, Guernica se ha convertido en un icono que sintetiza también los debates político-artísticos de la segunda mitad del siglo. La convulsión y desestabilización de los ejes geográfico-políticos tienen su reflejo en el plano artístico, por ejemplo con la ruptura de cánones o la reconsideración de lenguajes y medios. También, como soporte y articulador de mensajes políticos, como fue el caso de la guerra de Vietnam, la institución museística se ha visto interpelada para actuar desde su ámbito en las polémicas surgidas a raíz del valor icónico antibelicista del cuadro, lo que en algunas ocasiones ha derivado en la neutralización de ese capital icónico.

 

La llegada a España

En el plano simbólico y en el ámbito de España, Guernica constituye la imagen de la Guerra Civil, pero también se quiso interpretar como la de la redención del pueblo español tras la muerte de Francisco Franco en noviembre de 1975 y durante la Transición. La intensa labor para esclarecer la propiedad legítima del cuadro, ya en 1953 por Luis Araquistáin –embajador de España en Francia durante cuyo mandato se hizo el encargo y se pagó a Picasso por el cuadro–, pero sobre todo a partir de 1979 y de la mano de Javier Tusell, dan cuenta de su valor como signo del fin del franquismo y la dictadura. Su instalación en el Casón del Buen Retiro, adscrito al Museo del Prado, en septiembre de 1981 encierra el doble gesto de haber cumplido el deseo del artista y el de pacificar una historia del arte español, dándole continuidad orgánica y creando la terna Velázquez, Goya, Picasso. Gesto que podía conllevar a un proceso de neutralización del cuadro en su vertiente política. Su traslado al Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, en julio de 1992, se inserta en un proceso de modernización del país que también se hacía visible en la actualización de los discursos museológicos. Desde entonces se reserva a Guernica un papel central en la configuración de la colección del museo, así como en los debates artísticos internacionales.