La llegada de Guernica a Madrid en septiembre de 1981, tras largas y tensas negociaciones, fue celebrada como el gran acontecimiento cultural y político de una etapa bisagra hacia la modernización y democratización del país. Considerado por la prensa como “el último exiliado”, por toda su carga simbólica e imagen de la cesura que significó la Guerra Civil en la historia de España, el Gobierno presentó el traslado de Guernica como el logro que ponía fin a la Transición, señalando –pues la presencia del cuadro era prueba de ello– que el pueblo español había conquistado sus libertades.

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