El 6 de agosto de 1952 el Museum of Modern Art (MoMA) de Nueva York anunciaba la inauguración de dos exposiciones: Works of Art from the Museum Collection y Picasso Between the Wars, 1919-1939. Ambas habían sido organizadas por Dorothy Miller, conservadora del museo, aunque las diferencias entre las propuestas eran notables. La primera incluía obras de Picasso: Naturaleza muerta oval, Ma Jolie, Las señoritas de Aviñón y Tres músicos, entre otras, dentro de un conjunto mayor compuesto por obras de la vanguardia europea, del cubismo y del futurismo principalmente, además de reunir trabajos de seis artistas americanos, entre los que se hallaban Georgia O´Keeffe, Ben Shahn y Edward Hopper. La segunda exposición estaba dominada por Guernica, instalado en la tercera planta y, como la mitad de los cuadros que la conformaban, era un depósito del artista en el museo.

Estas dos exposiciones de 1952 ejemplifican un modelo de programación expositiva basada en una economía de recursos y en el ejercicio de poner constantemente en valor y en contexto la propia colección del museo, reconociendo así el papel tanto de sus adquisiciones como el de las donaciones en la construcción de su relato museológico. En el caso de Picasso Between the Wars, 1919-1939, y sin poder obviar la importancia de Guernica (1937) en ese título y el lugar que el MoMA le tenía reservado, el otro protagonista era Noche de pesca en Antibes (1939), cuadro que el museo había comprado recientemente. Se trataba, pues, de dos grandes obras –por su tamaño y relevancia– acerca de la implicación política del artista y de los vínculos de su trabajo, desde la alegoría y la metáfora, con el contexto (pre)bélico en el que estaba inserto. La exposición, de apenas cinco semanas de duración, estaba formada por dieciséis obras, una mitad de las cuales eran propiedad del museo y la otra de Picasso. Como se señalaba en la nota de prensa, se ofrecía al público –en una nueva ocasión y ahora de manera destacada– la variedad y el alcance de la obra del artista en las décadas de 1920 y 1930 –justamente el periodo que el museo revisaba en la exposición de la tercera planta–, para concluir el recorrido en sus dos obras monumentales hasta la fecha.

Para entonces se había pasado el ecuador del siglo XX y el panorama artístico estaba marcado por los debates acerca de la pintura abstracta que, desde el expresionismo abstracto a la abstracción figurativa y la pintura de campos de color, cuestionaba aspectos como el valor de la imagen, la representación o la emoción. Por su parte, el MoMA volvía periódicamente a la revisión y consideración de la vanguardia europea, donde localizaba el germen de la modernidad que prendió en el arte norteamericano, precisamente alrededor de 1939.

La exposición dedicada a Picasso era parte de esas estrategias: si, por un lado, se volvía a reconocer al gran artista cuyo trabajo había cubierto la primera mitad del siglo y quien, junto a Matisse –de quien el MoMA se ocupó ese mismo año con una gran retrospectiva– había socavado los principios de la representación pictórica, por otro lado, se apuntaba el papel del museo como custodia de tan relevantes pinturas para la historia del arte y para la historia y la cultura occidentales. Ese año, el museo organizó también una exposición itinerante por diversas ciudades del país que, con el título Studies for Guernica y en circulación hasta 1956, mostraba los cuadros preparatorios acompañados de una reproducción del lienzo. De este modo duplicaba y amplificaba, dentro y fuera del museo, su labor pedagógica en la difusión y el conocimiento de la obra del artista.